
Coincidía con él, a la misma hora en el tren. Nos bajábamos los dos en la misma parada, recorríamos juntos el mismo tramo de calle, y luego él giraba hacia la izquierda y se perdía entre la gente y los árboles de la acera. Era entonces cuando yo me giraba y comprobaba lo bien que le sentaba el negro, cómo le ondeaba el pelo rubio, largo el flequillo, peinado de medio lado, muy corto en la nuca, y miraba embelesada el bamboleo de su mochila de cuero gastado colgada de su hombro derecho.
Así transcurrieron los días, las semanas, y las fantasías alimentadas por miradas furtivas que hacía y creía recibir, mi mente pérfida acostumbrada a tantas y tantas películas de suspense e intriga, barajó la idea de seguirle, de conocer al extraño, para convertirlo en conocido. A partir de ese momento le miraba con más atención, como calibrando si valía la pena, se parecía a... ¡sí hombre!, incluso los dientes los tenía igual de feos, bueno más bien se daba un aire a mi adorado Bowie, sí ya sé que es rarito, pero así es una también, rarita.
Llegamos a la parada, nos bajamos, y esta vez yo me coloqué justo detrás de él a un metro de distancia, sin prisa llegamos a la esquina, su esquina, él giró a la izquierda y yo, hice lo mismo. Se detuvo delante de un portal regio de madera, en el interfono apenas habían tres pulsadores, con lo que fué facil a la distancia en la que me encontraba distinguir que presionaba el segundo, la emoción me embargaba pero no en sentido estricto sino más bien amplio, muy amplio. Esperé a que desapareciera tras el portal, me lo imaginé subiendo las escaleras, dejando la mochila en el suelo despreocupadamente, calculé que habían pasado un par de minutos y me ví presionando el segundo botón del interfono. Esos segundos de espera fueron indescriptibles, nuevamente mi imaginación lo veía fingiendo asombro, recibiéndome con una sonrisa cálida, permitiéndome que entrara a su mundo, para no dejarme escapar, yo me resistiría, para luego ceder. Así fue la primera vez que viví un espejismo, es parecido al enamoramiento, por el rollo de las mariposas en el estómago, y el corazón bombeando a mil por hora, pero se diferencia porque tus instintos primarios hacen que te fijes en todos los detalles, tu vista se agudiza y eso que lo diga una miope como yo tiene guasa, vigilas todos tus movimientos para no dar un paso en falso, y todo pasa como a cámara lenta.
Un pitido agudo indicaba que se había liberado el pestillo, empujé la puerta, subí los peldaños como si los hubiera subido toda la vida, la puerta del segundo rellano estaba entreabierta, y él de pie junto a ella. Recuerdo su sonrisa divertida, me invitó a entrar, su mochila estaba en el suelo tal como me la había imaginado, la sala era ideal, desordenada, llena de columnas de libros desperdigadas por los rincones, a falta de estanterías, lienzos recostados en la pared superpuestos, inacabados, preciosos. A través del balcón penetraba la luz de la tarde iluminando en ángulo la estancia, me preguntó si quería beber algo y yo le dije que sí, mientras me invitaba a sentarme en uno de los dos taburetes que habían, como único mobiliario para las honorables posaderas. Entró un momento en la cocina y salió enseguida, sacó un paquete de tabaco para liar de una caja de madera que tenía enfrente y me preguntó si yo fumaba, le dije que no, y me quedé mirando cómo sus dedos diestros enrollaban el papel en cuestión de segundos, lo encendió, dió una calada, achinando los ojos y mirándome sin reparo a través del humo. Me sentí victoriosa en mi segundo de gloria, porque fue eso justo lo que tardó en aparecer ella, proveniente de la cocina con una bandeja de té humeante con menta fresca y tres vasos con hielo.
Dicen que si despiertas a un sonámbulo de manera brusca puede pasar algo terrible, dicen que si invitas a un vampiro a tu casa, no se irá sin aferrarse a tu cuello primero, pero nadie dice lo que pasa cuando tu espejismo se desvanace a sólo un centímetro de tí, a sólo un minuto de llegar.
Me bebí el té de menta fresca con hielo y me despedí, recuerdo que la conversación fue fluída, pero ya no volví a coincidir con él en el tren expresamente, ni he vuelto a seguir a nadie desde entonces. Pero eso no quiere decir que haya dejado de experimentar espejismos, de hecho estoy viviendo uno desde el jueves pasado, y anoto cada evolución en mi agenda-calendario, porque ahora ya no me pongo en evidencia a la mínima de cambio, he aprendido a vomitar las mariposas y las tengo bajo observación en un tarro de la cocina, de esta manera controlando sus aleteos y de paso mis latidos a destiempo, barajo las posibilidades, pero sigo acercándome, a cámara lenta y noto en mi boca seca el sabor de la menta fresca.
Objetivos: Porque un espejismo es parte del engranaje de la esperanza, y aunque amenaza con desvanecer a escaso un centímetro de mí, saborearé ese segundo de gloria, como si de la misma eternidad se tratase. Etiqueta garabateada sobre una foto de Modain.It 2004
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