<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d15196203\x26blogName\x3dklept%C3%98\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dBLUE\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://klept0.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3des\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://klept0.blogspot.com/\x26vt\x3d70975121274733012', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe", messageHandlersFilter: gapi.iframes.CROSS_ORIGIN_IFRAMES_FILTER, messageHandlers: { 'blogger-ping': function() {} } }); } }); </script>
kleptØ

Todo lo que no es nuestro, prometemos haberlo robado. 

viernes, febrero 29, 2008

9:19 p. m. - Un beso de su parte...


Foto: Realizada por servidora, muy cerca de donde tuvo lugar el encuentro.

Le prometí que lo haría, y desde el primer momento supe que le estaba mintiendo, que mis labios formaban una falsa sonrisa que pretendían transmitir confianza, pero me alegró enormemente ver que ella se relajaba y que me devolvía la sonrisa, tal vez yo también necesitaba una mentira.

¿Cuántas veces lo debo haber pensado?, no sé pero es recurrente cuando vas en el metro, por la calle con prisas absorto en la rutina del día a día y entonces en lo que dura una mirada furtiva a tu alrededor te parece reconocer a una persona que compartió tu pasado laboral, emocional, da igual, en ese momento apartas la mirada y piensas si no me dice algo primero, yo paso. Y así, tranquilamente pasas de ese reencuentro, que en el 99% de las veces queda en sólo eso, una mirada furtiva al pasado. Debo admitir, que lo que me tortura en días de autoestima baja es pensar en justo lo contrario, cuántas veces me habrán reconocido sin que me haya percatado de ello y han pasado de mí, si no daba yo el primer paso en reconocer a la persona en cuestión, y es que pensar que no sería suficientemente importante como para que esa persona me saludara, y se detuviera un instante y deducir que simplemente soy “alguien más” en la vida del resto de los mortales, es casi inmediato. Y si encima acabo pensando que en realidad es porque le caía mal, ya hago un completo en hundirme en la miseria, sin ni siquiera tener la certeza de que haya ocurrido, más allá de mi propia y mezquina experiencia obviando a la gente.

Aquella tarde iba con el tiempo justo para llegar a ese cursillo complementario al que asisto al salir del trabajo y que dura escasamente unos cuatro meses, fue al acabar de subir los peldaños de la escalera que comunican la boca de metro con la calle, cuando la oí llamarme por mi nombre, corrijo, por mi diminutivo, lo que como saben los que me conocen, denota que pertenecen o pertenecieron a mi círculo de amigos. Me detuve en seco y me giré hacia ella, quien venía en sentido contrario y se disponía a bajar las escaleras, debió notar decepcionada que no la reconocía, me preguntó si no la recordaba hasta en dos ocasiones y dos veces le contesté negativamente, no sólo para su pesar, sino para mi desconcierto, me precio de tener buena memoria, sobretodo visual, y simplemente no la ubicaba en ninguna etapa de mi vida hasta que me preguntó por él, quise darle una excusa y salir pitando, pero algo en su mirada me retuvo, un halo de ansiedad contenida, intenté lo que cualquier otra persona en mi situación haría, denigrar la memoria y el presente de él restándole importancia, pero ella lo disculpó, incluso justificó su pasado y presente, de una manera de la que yo seré incapaz de hacer en la vida, y eso me conmovió, me hizo participe de sus recuerdos y esperanzas frutos del primer amor, de su vida laboral y familiar presente como madre de dos niños pequeños y esposa, y cuando me la imaginaba con biberones en una mano y sirviendo la cena a su marido con la otra, me suelta, “tus labios son iguales que los suyos”, en ese momento tuve una revelación no me estaba viendo a mí sino a él, quise despedirme casi inmediatamente diciendo que mi relación con él era muy dilatada, por no decir inexistente y que no le prometía nada. Entonces su mirada volvió a cautivarme con un fulgor especial, ese que nace de la pasión dormida, apeló a las primeras veces que todos atesoramos dentro y me pidió, que le hiciera llegar un beso.

Le prometí que lo haría, y desde el primer momento supe que le estaba mintiendo.




Objetivos: Es curioso como por una vez que se detienen a saludarme porque me han reconocido, en realidad tampoco me recordaban a mí… prueba la experiencia entonces que, ¿sólo nos detendríamos al reconocer un nexo perdido de nuestro pasado?... Esto no lo publiqué el día que demuestra que este año es bisiesto, pero es interesante utilizar este día en el calendario, porque anula cualquier efeméride futura que me obligue a cumplir una falsa promesa.
Tiempo (y besos) robados si has leído hasta aquí: Tal vez este no sea el sitio más apropiado para hablar de ello…

|

martes, febrero 12, 2008

10:45 p. m. - Gallina Azul


Están en su postura favorita en el sofá, tomando ese refresco que tanto le gusta a ella por su color turquesa, cuando una mosca entra en la estancia e intenta de manera necia formar un trío,

- ¿Sabes cómo se echa a una mosca de una habitación? – Le dice ella con la mirada divertida, incorporando su torso del sofá.
- No, ¿cómo? – Le pregunta él por respuesta, esperando ser sorprendido.
- Apagando la luz y abriendo las ventanas, así de fácil. – Le suelta ella de manera convencida y risueña.
- Pero te olvidas que es de noche y si apagamos la luz no veremos ni torta y si abrimos las ventanas nos pelaremos de frío, porque te recuerdo que estamos en invierno. – Le rebate él mientras se levanta del sofá y empieza a sacudir el aire con una revista a la caza de la mosca.
- ¿Quieres parar? – Le dice ella mientras coge el vaso para dar un sorbo de refresco.
- Al menos yo intento matarla. – Justifica él, mientras sigue batiendo el aire a golpe de revista.
- Sí, pero para matarlas no puedes hacerlo de lado, sus ojos, son como miles en uno y tienen una visión fragmentada de lo que les rodea, como una parabólica. – Suelta ella, entre risas y muecas simulando ojos como naranjas*.
- ¿Por qué no intentas matarla tú, entonces? – Le pregunta él, pasándole la revista y sentándose en el sofá.
- Déjame y verás, hay que hacerlo en vertical y… ¡ay, casi!, quieres decir que no le he dado, ya no la veo… – Dice ella aceptando la invitación, se levanta y de un golpe certero bate a la mosca.
- Seguramente, yo tampoco la veo… el otro día soñé algo raro. – Le confiesa él, bajando el tono de voz y removiendo el hielo en su vaso vacío.
- ¡Ah, pero tú sueñas! – Bromea ella, poniéndose frente a él en cuclillas.
- No estoy bromeando, te lo digo en serio, bueno creo que soñé pero en realidad no recuerdo de qué iba, sino más bien la sensación al despertar, incluso creía haber sudado pero, y… esto que quede entre tú y yo, en lugar de despertarme con la camiseta pegada al cuerpo, encontré plumas sobre mi almohada.
- ¡Claro, tonto! – Exclama ella, mientras se deja caer nuevamente a su lado en el sofá y ríe abiertamente.
- ¿Sí? – Pregunta él, dubitativo.
- ¡Pues, sí!, recuerdas que te compré las mismas almohadas que utilizo yo y que van rellenas de plumas, si es que eres un alarmista. – Le contesta ella del todo convencida.
- Sí, pero mis plumas eran azules. – Dice él, como para reafirmar la rareza de su sueño.
- Te habrá desteñido la camiseta con la que dormías. – Le replica ella, sin darle mayor importancia, mientras ojea la revista con la que había matado a la mosca.
- Ya, pero la cuestión es que el otro día al afeitarme noté que la barba me crecía más dura de lo normal, incluso las raíces en lugar de verse marrones se veían… azules. – Dice él, en un tono más abatido.
- Eso, es porque eres un chico duro, como a mí me gusta. – Le dice ella, acercándose a su oído para decírselo arrastrando las palabras.
- ¡Quieres escucharme!, incluso he llegado a pensar que es porque últimamente sólo como pollo, con el rollo de que es carne blanca, ¡me estoy volviendo azul! – Exclama él, a la vez que se aparta de ella de manera brusca, y se apoya en el umbral del balcón.
- ¡Mira, entonces sería la única afortunada en tener mi propio Príncipe Azul!, seré la envidia de todas mis amigas. – Ella se ha levantado del sofá y se abraza a él desde atrás, rodeando su cintura con sus brazos, y dándole un beso en el cuello, rozando con sus labios su tatuaje.
- ¡Te estoy hablando en serio! – Le dice él, intentando parecer molesto, se gira para abrazarse a ella, y entonces le entra un ataque de tos se lleva las manos a la boca con la intención de taparse y regurgita sobre ellas un puñado de plumas azules, ante la atenta mirada de su amiga.
- ¿Ves? – Le pregunta atónito sosteniendo las plumas en la mano, en ese momento sopla un poco de viento y las plumas flotan balcón abajo.
- ¡Es buenísimo ese truco, hazlo de nuevo!, ahora si lo que quieres es que me quede a dormir contigo esta noche, ya te dije que tengo una cena de amigos y que no puedo decirles que no, hoy tenemos a un invitado sorpresa. Recuerda que dijimos que cada uno respetaría a los amigos del otro, como parte del espacio vital de cada uno. – Le explica ella, mientras le acaricia sus anchos hombros.
- Tú, y tus cenas mensuales con tus amigos, ¿por qué no los conozco al menos?, tú conoces a todos los míos, a los del trabajo, con los que bailo capoeira. – Le dice, mientras se aparta del balcón y bebe un poco de refresco para quitarse el mal sabor de boca que le han dejado las plumas, cosa que no sirve de nada porque todavía resulta peor la combinación de sabores a tenor de la mueca que aflora en su cara.
- ¡Mira!, eso es lo que podrías hacer esta noche, un poco de ejercicio te vendría bien, ¡huy, que tarde!, tengo que irme, nos vemos para desayunar. Dame un besito, si es que te comería a trozos. – Le dice ella, a manera de despedida, mientras le besa y recoge sus cosas.
La ve alejarse desde el balcón y piensa que tal vez tenga razón, un poco de ejercicio no le vendría mal, se cambia de ropa y al hacerlo, su mano pasa por su tatuaje en el cuello y nota que sangra, se dirige al baño y al examinarse con atención ve unas incipientes puntas azules, limpia la sangre y se coloca una tirita de la cual escapan unos plumones azules. Pone música y empieza a danzar flexionando las rodillas, y balanceando su cuerpo, primero de lado a lado, luego hacia delante, su cuerpo responde y se aguanta en una pirueta donde sus piernas quieren emular sus brazos, retando la ley da la gravedad, se sentía flotar, fluir todo en uno con la

música y de repente, el dolor se hace presente, se retuerce, su torso busca sus rodillas, en un acto innato y del todo humano de recogimiento fetal, pero ya no tiene rodillas sobre las que flexionarse, en su lugar lucen unas armoniosas y amarillas patas de gallina. Se pone en pie, es decir, sobre sus patas, y busca algo en lo que reflejarse, la puerta del balcón hace las veces de espejo de cuerpo entero y la imagen que le devuelve le sobrecoge pero le resulta familiar, gracias al tatuaje en su cuello. O más bien, por la mancha difuminada que cree reconocer bajo la tirita ahora abultada de plumas, azules. Se nota somnoliento, todo a su alrededor se desvanece, igual que él.



Ella llega en compañía de sus amigos lo encuentran en el suelo inconsciente,

- Justo a tiempo chicos, podéis ir preparando la bañera y las cosas en la cocina, esto será un momento.

Él recupera por un momento el conocimiento, para oírle decir a ella, mientras blande en el aire algo parecido a un cuchillo de carnicero,

- ¡Ay, cariño!, ¿te he despertado?, si es que te comeremos a trocitos. He llegado a tiempo para desayunar como te prometí, y he traído a mis amigos, a ver si tú puedes contestarme, ¿cómo ve una gallina un cuchillo, igual que una mosca?

Le gustaría gritar de hecho lo hace, pero de su boca-pico sale un cacareo, se le escapan las lágrimas pero es muy tarde ya, cuando se da cuenta de que las gotas que nublan su vista no son transparentes, sino rojas y espesas como la sangre.





Horas más tardes, en la sobremesa adornada con plumas azules en honor al opíparo desayuno, ella le pregunta a uno de los comensales, entre risas y eructos de plumas.

- ¿Cómo va tu gallina?, para que después digan que comer gallina no te convierte en una. – Su risa histriónica se convierte en contagiosa y segundos más tarde, todos ríen.




fin





Objetivo: ¿Somos lo que comemos?
*Últimamente todo me parece redondo y grande como las naranjas, ¿estaré comiendo muchas?
Ilustraciones originales e inspiradas en mi relato por Stefan Rehm, el cual está basado en las palabras: gallina, peluquería, amigos, tatuajes, energía, azul.
Tiempo robado (comiendo gallina) si has leído hasta aquí: 5:59

|

martes, febrero 05, 2008

10:45 p. m. - La tía Vero.




Foto: Carátula del disco Nice and Nicely Done por The Spinto Band.


Lo que vas a leer a continuación pretende ser la tercera y última parte de Cosas Raras (publicado el viernes 1), y La Sobrina (publicado el domingo 3).




Las luces se apagaron y el ruido del proyector se hizo patente, la filmación daría comienzo enseguida, y en ese momento ella entró, la luz que provenía de fuera del vestíbulo iluminó lo suficiente la última fila como para que la reconociera y se sentara a su lado, así fue como pasaron la velada juntas sin que hubieran quedado previamente en ello, la sesión discurrió en la más absoluta normalidad, risas cómplices, reafirmando un entendimiento, miradas de reojo, monosílabos afirmativos. Así estuvieron aproximadamente dos horas, cuando volvieron a encenderse las luces y la proximidad se hizo incómoda, rápidamente se dirigieron al exterior, una caminaba hacia el metro y la otra tenía la bicicleta aparcada justo afuera, como no tenían prisa alguna en volver a sus respectivas casas, sin apenas comentarlo se encontraron caminando la una junto a la otra, cosa realmente curiosa de observar ya que una de ellas llevaba su bicicleta al lado como quien llevara un bolso de mano algo más grande.

Caminando de lado, sin observarse mutuamente, perdiéndose esos detalles del lenguaje corporal cuando mientes, cuando dudas, cuando callas… se comentaron como seudo-desconocidas que eran, su vida en una hora. La que llevaba su bicicleta decía estar muy orgullosa de ella, aunque cualquiera hubiera opinado que era un auténtico trasto y que pedía a gritos al menos una capa de pintura que cubriera esos vestigios rosas y blancos alternados con el óxido natural por el paso del tiempo, pero la bicicleta en sí era un souvenir, de cuando aprendió a montar en bici dos años atrás en Formentera, de ahí se la trajo, cuando según muchos era ya excesivamente mayor para eso y para ir de hippie, cuántos amigos la habían criticado, comentaba amargamente, y sobretodo aquellos que iban de grunge y que ahora se ganaban la vida con el teatro, el otro día sin ir más lejos, le explicó, la habían invitado a una inauguración, a la cual asistió con su mejor vestido negro, y sus amigos, corrijo amigas, esas que la conocían de tantos años, simplemente la saludaron, hicieron un comentario del tipo “¡cuánto tiempo!”, y cuando repararon en su gorra las miradas de reprobación no se hicieron esperar, y la que había sido su “uña/carne”, le soltó, “chica, yo desde que me corté el pelo a media melena, voy comodísima, deberías probarlo”, cuando iba a articular algo en su defensa, ya la habían abandonado por gente de mayor interés cultural.


- Es que buscas un reflejo donde ya no te valoran, – le comenta ella que la ha estado escuchando todo el rato asintiendo –. Insistes en querer encontrar una señal de aprobación en gente a la que ya no le importas lo más mínimo, y te estás torturando. Esa gente, forma parte de tu pasado, debes dejarles ir, y buscar reflejarte en gente que te transmita energía positiva, si a ti te gusta llevar el pelo así y utilizar gorras, ¡pues hazlo!, pero no te mortifiques por la opinión de gente que ya dejó de ser “tu gente”.



Ella se detiene a su lado, con la mirada perdida en algún punto frente a ellas, aguantando su bicicleta estoicamente, le dice,

- Tienes razón, ¡pero cuesta hacer esto que dices!

Prosiguieron su paseo no acordado, y ella siguió contándole que lo del pelo le preocupaba enormemente, que incluso había encontrado a su “peluquera emocional”, una profesional que no sólo examinaba las puntas sino que le controlaba cuánto le crecía el pelo entre visita y visita, y que entendía la importancia vital que tenía para ella su cabellera, y gracias a la cual se había dado cuenta de que en los últimos años su crecimiento se había visto mermado, casi igual que sus amigos. Con los novios, después del gran noviazgo de casi nueve años, no había vuelto a tener nada que durara más que una regla, y el último rollo que intentó algo con ella era un conocido de un curso de esos de gente petarda, donde sólo se salvaba él, y en cuanto se emborrachó el día que quedaron, le confesó que estaba casado a la par que le soltaba una oda a su cadera y a su culo, con lo que de momento había tomado la decisión de pasar de los hombres y de los cursos de video-poesía.

- Sigues buscando donde no hay… – Le aseguró su no-amiga.

- ¿Cómo lo sabes? – Le preguntó ella, pero esta vez montando sobre su bici.

- Porque a mí también me ha pasado, bueno lo de la video-poesía no, pero lo de las amistades sí, para el caso es lo mismo, ¿no? Bueno me quedo aquí, cogeré el metro que con la tontería llevamos casi una hora caminando. – Se despide de ella su no-amiga. – Podemos quedar cuando quieras otro viernes por la tarde, me lo he pasado genial hablando contigo.

- ¡Vale!, ¿tienes mi móvil? – Pregunta ella, desde su bici rosa oxidada a trozos.

- No, deja que te agrego en la agenda en un momento… dime Vero, ¿qué número tienes?




Objetivos: Ambas saben que si vuelven a quedar ya será una amistad en serio, y ahora ninguna de las dos está buscando eso.
Tiempo robado (a la bici) si has leído hasta aquí: 4:45

|

domingo, febrero 03, 2008

3:30 p. m. - La sobrina.


Lo que vas a leer a continuación pretende ser la segunda parte de lo que publiqué el viernes 1, titulado: Cosas Raras.
Dibujo: Los meridianos, obtenido de los tutoriales de gps.com.ar



El más grande no ha de tener más de trece años, aunque sus vestimentas y maquillajes, sobretodo en ellas aparenten tranquilamente un par de años más, todo un logro eso de parecer mayor y muy lejos del anhelo que tendrán en años venideros intentando recuperar la elasticidad perdida y la frescura de la adolescencia. Están entretenidos mirando cómo todo el mundo al pasar bajo las amplias vidrieras que cubren el centro comercial junto al puerto, y que hacen las veces de espejo reflectante por fuera y amplias cristaleras por dentro, no pueden evitar pararse, descubrirse sorprendidos, mirarse, reírse, avergonzarse al reconocerse o precisamente por todo lo contrario, para finalmente en su gran mayoría no dudar en sacar la cámara e inmortalizar el momento. Ellos tras el espejo camuflado, ríen, juzgan, critican, se divierten al fin y al cabo. Minutos más tarde, tras comprobar decepcionados que las posturas se repiten, incluso que las muestras de sorpresa parecen ahora ensayadas previamente, uno está a punto de confesarles su gran descubrimiento,

- He descubierto una dieta milagrosa.

Enseguida capta la atención de todos, en especial de ellas, y la que aparentemente parecía la menos interesada en la estética, le pregunta sin disimular su interés,

- ¿Cuál?

A lo que él, contesta pletórico de saberse escuchado como un profeta,

- ¡Un gofre!
- ¿Cómo un gofre?, no entiendo. – Replica la joven.
- Sí, se trata de comer un gofre en todo el día y pierdes quilos, a mí me pasó. – Explica el chico orgulloso.
- ¡Ah, eso es como lo de la piña!, sólo comes piña y pierdes peso, siempre sale recomendada en las revistas. – Comenta la chica “cosmo” del grupo.

Nuestra joven asimila las explicaciones de sus amigos, profetas, ídolos a seguir, y capta el mensaje milagroso de la dieta única, única en ingredientes, así que ni corta ni perezosa al llegar a casa, primero se asegura de que no haya nadie; bien, no habían llegado todavía, dispondría de una hora a lo sumo, examina la despensa y la única fruta que hay en ese momento en casa son naranjas, así que decide que si funciona con piña, también funcionará con naranjas. Se pone a pelarlas, no recuerda cómo le había enseñado su madre aquella mañana de domingo, primero lo intenta siguiendo la forma curva de la naranja como si cortara sobre los paralelos imaginarios de ese planeta frutal, le resulta tremendamente difícil e irregular, entonces recuerda que su padre le había dicho que había una manera más sencilla que era imitando los hemisferios este y oeste, ¡eso era!, no se trataba de paralelos sino de meridianos, descarta la primera naranja y procede con la segunda, hace cuatro cortes en cruz, separa los cuatro trozos de piel y a su pesar ve que queda mucha parte blanca enganchada a la jugosa naranja, su olor dulzón inunda la estancia, entonces decide meter el dedo directamente para separar los gajos y ocurre la desgracia, una gota salta directamente a su ojo, le escuece, se lleva la mano directamente al ojo, pero su mano reboza de restos de naranja y zumo, con lo que sólo consigue irritarse más el ojo, nota el ardor, se le nubla la vista, va corriendo al lavabo se lava las manos, luego la cara, por un momento piensa que se ha quedado ciega, cómo se lo explicará a su madre, decide que no se lo puede explicar, corre a su habitación, en el camino tropieza con la mesita que tiene su madre en el pasillo con el florero de la abuela, que amenaza tambaleante en caerse, se detiene, el florero también, el corazón se le tranquiliza un poco y sigue la carrera hasta su habitación, se conecta a la red y en su buscador predeterminado pone las palabras claves: “ceguera provocada por naranjas”. No encuentra nada pero con medio ojo cerrado y el otro despavorido, lee que a las naranjas les llaman cítricos, y realiza una nueva búsqueda: “ceguera por cítricos”. Nada, es más le parece entender, cosa difícil con un solo ojo y el otro en lagrimeo constante, que incluso los limones a los que también llaman cítricos los utilizaban en tiempos remotos contra la conjuntivitis, y que la primera sensación era de ardor insoportable, por su efecto desinfectante, y que incluso podría parecerle a la persona que tenía una ceguera temporal.

Se reclina en su silla del escritorio, francamente aliviada, en ese momento escucha la llave en la cerradura, acaba de llegar su madre, la oye saludar y preguntar si hay alguien en casa, decide ir a su encuentro y explicarle claramente y sin preocupaciones lo que le ha pasado,

- ¡Hola mamá!
- ¡Hola cariño!, ¿qué tal ha ido el cole? – Le pregunta su madre dejando el bolso en el sofá y al levantar la mirada y posarla en su hija, no puede evitar gritar desconsolada, a la vez que se acerca para aguantarle la mandíbula con su mano derecha y mirar su ojo hinchado y rojo como un tomate, - ¡pero qué tienes en el ojo!, ¿te has dado un golpe?, ¿por qué no me has llamado al móvil?, que para eso lo tienes y no para los dichosos mensajitos.
- No te preocupes mamá, creo que es una “itis”, ya sabes como la conjuntivitis esa o algo así, nada serio.
- ¡Nada serio!, pero si tienes el ojo como una naranja. Si no se te pasa, mañana te llevará al médico tu padre.

Aquí si su madre hubiera dejado de examinar su ojo por un momento, hubiera notado la lividez en el rostro de su hija, hubiera notado el sudor frío que recorría su nuca, y hubiera podido leer en su otro ojo abierto de par en par, como si de un libro abierto se tratase, las grandes preguntas planteadas siglos tras siglos por los hijos de medio mundo, ¿cómo lo sabía?, ¿cómo se había dado cuenta de que estaba así por una naranja?, ¿sería por el olor dulzón? Nunca lo sabría, pero al día siguiente entre sus amigos, cuando le preguntaron qué le pasaba y por qué llevaba un parche en el ojo a lo pirata, ella les contestó orgullosa,

- He descubierto otra manera de desinfectarse los ojos sin utilizar colirios.




Objetivos: Discípulo es quien se deja enseñar, vulnerable aquel que idolatra a su mentor.
Tiempo robado (en naranjas) si has leído hasta aquí: 5:15

|

viernes, febrero 01, 2008

11:15 p. m. - Cosas Raras.

Una tarde fría y húmeda de invierno templado, dos amigas paseaban por el centro de la ciudad,


- Y… ¿qué dices que tiene tu sobrina? – Pregunta Ariadna con disimulado interés.

- Una “itis”, no es conjuntivitis, pero se le hinchó el ojo que parecía la mosca. – Le contesta Vero restándole importancia a las palabras.

- ¡Ay pobre! – Exclama sinceramente Ariadna.

- Sí, ya sabes que mi cuñado es… - Dice con sonrisa burlona Vero.

- ¡Un inútil! – Exclaman, las dos al unísono, en un vestigio de complicidad acumulada pero no renovada.

- Lo pilló en el cole y hasta que no tuvo el ojo como una naranja no la han llevado al médico, si es que… ¡Pa’ qué te digo nada!, ¿y tú qué me cuentas? – Pregunta con falso interés Vero.

- Lo de siempre, hemos traspasado el bar y desde entonces veo cosas raras, como fuera de lugar. – Confiesa Ariadna bajando un poco el tono de voz, como si no quisiera que los transeúntes accidentales se enterasen.

- ¡Hey eso es genial!... ¿Cómo cosas raras?



- Veo gente llevando colchones como quien lleva una gorra gigante a compartir entre tres. Ahora por ejemplo, párate aquí, ¿ves el interior de ese bar? - le indica Ariadna –, veo a la Ratita Presumida tomando nota en la mesa junto al mostrador, y más allá al fondo en la barra Tinkerbell acaba de ganarse sus alas mágicas.

- Lo de la gorra… ¿lo dices por mí, verdad?, esta la compramos juntas y recuerdo que me dijiste que te gustaba mucho cómo me quedaba, – le comenta algo airada Vero –, ya sabes que me encantan que no puedo salir sin ellas, ¿es por eso?, porque te da rabia que no lleve el pelo igual que tú y que ya no seamos un calco la una de la otra, ¡pues no pienso dejar de usarlas!, son mucho más que un accesorio para mí y me sentiría desnuda sin ellas, mira prefiero marcharme porque últimamente sólo pareces tú y tus neuras lo único importante, tendrías que pensar más en los demás… y te lo digo con cariño precisamente porque me importas. Cuando te relajes un poco me llamas un día de estos y hacemos un café como Dios manda, ¡qué frío!, ¿no? Bueno dame un par de besos y quedamos así, pero que no sea para el próximo fin de semana que estaré en Andorra. – Le dice en tono condescendiente al despedirse de ella.


La ve alejarse con el abrigo enjuto y la gorra hasta las orejas, ya no parecía la misma Vero que la había encandilado años atrás con su ondulada y larga cabellera, esa cabellera que cobraba un brillo especial con la salitre del mar… pero ella tenía razón hacia frío y decidió entrar al bar y hablar con la Ratita obviando su gris y larga cola mientras le pedía una consumición y sonrío al ver torpe a Tinkerbell con sus alas recién estrenadas, minutos más tarde al abandonar el bar y perderse entre las callejuelas menos concurridas, tropezó nuevamente con los que compartían colchón por gorra y en ese momento decidió seguirles, y así se perdió Ariadna feliz, entre la multitud tras el colchón que flotaba sobre tres cabezas.




Objetivos: ¡Y vaya si les siguió!, cuando se quiso dar cuenta formaba parte de la rúa más divertida que jamás se había visto por esos derroteros...

Tiempo robado (tras un colchón) si has leído hasta aquí: 2:40

|

© 2005-13