viernes, octubre 10, 2008
1:01 p. m. - ... y no pasó nada.
El otoño en Barcelona es así, te levantas pensando que va a refrescar y luego al salir del trabajo te encuentras paseando por la playa, cagándote en maldita sea la hora que se te ocurrió ponerte pantalones largos, zapatos y no sandalias, y de cargar una chaqueta que sólo has usado los diez minutos que tardaste por la mañana en llegar hasta el metro.
En eso estaba pensando ella, mientras charlaba animadamente con él, se imaginaba así misma volátil enfundada en aquél vestido corto, con las sandalias en la mano y sus pies acariciando la tibia arena; seguía caminando lentamente a su lado con un gesto de falsa pereza, no por cansancio sino por estirar el tiempo al máximo. Comentaban sobre esos momentos en los que habían quedado con alguien y se lo habían pasado genial, pero no había pasado nada al final. Estos momentos siempre quedan idealizados en la memoria individual, precisamente por la ausencia de fallos que provoca una dosis de realidad con la persona en cuestión.
Y de repente, él se detiene y con una sonrisa entre tímida y divertida, le pregunta, "¿crees que hablo poco?"
Ella también ha detenido su andar, se ha quedado clavada en el sitio, y le recuerda que llevan toda la tarde charlando, es decir, cerca de seis horas, a lo que ella le contesta, "¿insinúas que llevo toda la tarde haciendo un monólogo?"
Objetivos: ... y no pasó nada. Fue una tarde espléndida de otoño serpenteando al mar, grabada en mi memoria individual a merced de mis particulares demonios.
Tiempo robado si no habías leído nada hasta hoy: Cuatro meses sin escribir y tú sin leerme.