Foto: Lago de Banyoles, Girona. Clicka aquí para saber un poco más.
EL SUICIDA
Es habitual en él acabar deambulando en los alrededores del lago, ha intentado sumergirse en él en más de una ocasión pero su agua dulce le devuelve siempre a la orilla, no se lo ha dicho a nadie, ni siquiera al sicólogo, tampoco le ha dicho que sin saber cómo o por qué, acaba en una chalet con vistas al lago, donde paga por los favores de una chica joven rumana de mirada triste, siempre escoge la misma habitación de amplios ventanales, abarcar la panorámica del lago mitiga su dolor, mientras la hace suya.
Esa tarde antes de dirigirse al chalet se acerca al lago y se arrodilla muy cerca de donde el masiego y el carrizo forman un recodo, donde la monitora e improvisada socorrista le aseguró que vió por última vez a su hijo antes de que se ahogara atrapado entre la vegetación parcialmente sumergida, casi sin darse cuenta empieza a hablar en voz alta,
- Nunca pensé que te sobreviviría, por mucho que me digan que hay que seguir viviendo, es antinatural haberte perdido... ¿sabes lo que me dijo el sicólogo?, que tenía que luchar contra la inmortalidad de mi "yo"... como si hubiera un yo del que preocuparme, ya me gustaría saber a mí si tiene hijos el cabrón, pero claro no le pago para que me hable de él. Pero no he venido hasta aquí para aburrirte con problemas de mayores, seguro que sabes que día es hoy, te he traído un barco de esos que a tí te gustaban, para que te acompañe en tu no-cumpleaños, hoy hubieras cumplido diez. No te disgustes sé que te he prometido un millar de veces que te acompañaría pronto pero soy incapaz de quitarme la vida, otra vez mi yo, me supera. Siento fallarte por segunda vez. Si ese verano no hubiera tenido ese contrato tan importante, hubiéramos ido a pescar tal y como te prometí...
Aquí su discurso se interrumpe, ha oído pisadas sobre la vegetación a sus espaldas, le parece reconocer a la chica rumana, tiene la mirada perdida en el lago y de su mano cuelga una jaula vacía.
EL CAUTIVO
La luz del alba se cuela por la ventana y me ilumina, veo a mis hermanos y a mi padre, les grito como cada día, creo que me oyen, se acercan y me observan, pero se vuelven a alejar, y se pierden en el lago. Les vuelvo a gritar, ¡estoy aquí!, ¡estoy aquí!, ¡estoy aquí! Al principio intenté llevar un control de los días que llevaba encerrado con lo único que tenía a mano, mis propias heces, pero esa matrona que me cambia la avena que me dan como único alimento se entretiene limpiando las señales que dejo, casi que diría que se divierte con ello, últimamente incluso hasta canta cuando lo hace, yo intento ignorarla desde mi rincón.
He intentado escapar, me he abalanzado contra ella, pensé que la pillaría desprevenida, pero lo único que he conseguido ha sido perder un trozo de piel, y además me sangra la boca, la muy cabrona se ha abalanzado contra mí y con un solo brazo me ha reducido, en realidad le ha bastado con una mano. No contaba con su fuerza, pero le he mordido, ella también se ha llevado un souvenir. Me ha inmovilizado mientras intentaba ahogarme con la papilla de lo que quedaba de mi primo muerto, me resistí con todas mis fuerzas, empujando todo lo que me permitían mis piernas, pero finalmente lo he engullido, mientras ella intentaba justificarse diciéndome que no comía suficiente avena, y entonces me ha echado encima al perro, pero a él sí que le he mordido.
Pero algo ha pasado, me ha dejado abandonado en mi celda no sabría decir por cuánto tiempo, pero el sol todavía estaba alto en las nubes cuando ha regresado y sin más preámbulo me ha trasladado al exterior. Veo el lago, veo a mis hermanos y a mis padres, les grito, ¡estoy aquí! Pero un momento. Ha dejado la puerta abierta. Está mirando al lago, es mi oportunidad. ¡Lo he conseguido! ¡Estoy volando sobre el álamo blanco del lago!
LA SUPERVIVIENTE
Lo primero que hace al levantarse es correr las cortinas de los amplios ventanales, mirar al lago y pensar que algún día podrá caminar a su vera y ser libre al fin. Acto seguido toca limpiar la jaula, el pequeño gorrión se empeña en ir marcando todo con sus cacas, pero ella deja la jaula limpia, blanca e impoluta, coloca el agua y la avena. Es un regalo que se encontró en la ventana hace unas semanas, por intentar volar antes de tiempo, le canta para animarle, y prometerle que algún día ambos serán libres, pero él se limita a mirarla de reojo desde su rincón. Le observa con preocupación, hoy se ha lanzado hacia su mano, ha intentado morderle (si eso es posible), pero para lo único que ha servido es para que perdiera más plumas y se hiriera en el pico. "Pobrecito", piensa para sí.
Ha comprobado que apenas había comido avena, y lo ha cogido con la mano, le ha costado un poco pero lo ha conseguido llevarlo a la cocina donde tenía preparada la papilla sabor pollo y un cuenta gotas, el pequeño gorrión ha intentado zafarse de su mano empujando con sus diminutas patitas, pero al final ha tragado un poquito, y el rottweiler de Sebas chafardero ha venido a olisquear lo que sujetaba en la mano, cuando ha descubierto su cabecita por encima del puño, ha intentado lamerlo, a lo que el gorrión le ha lanzado un picotazo.
- ¡Es tan mono!, -dice en voz alta.
- ¡Cuántas veces te he dicho que no alimentes a ese bicho en la cocina!, -le dice Sebas tambaleándose, acaba de entrar en la cocina con resaca de la noche anterior y sigue con su verborrea-, devuélvelo a la jaula y ven aquí enseguida a prepararme el desayuno.
Cuando pasa junto a Sebas, este le suelta una colleja en la nuca, para recordarle que se de prisa, deja a su bichito en la jaula, cuando regresa a la cocina, Sebas está acabando de aspirar una raya de coca que había alineado en la tabla de madera con el cuchillo. Al lado tenía una taza de café donde se había servido whysky, en cuanto la vió, se levantó, la colocó frente al fregadero, le bajó las bragas y la forzó. Todo hubiera sido normal si no hubiera tenido esa especie de colapso y convulsión, demasiado exagerada para ser un orgasmo, se quedó quieto dentro de ella y dejó de jadear, casi que diría que no respiraba tampoco. Ella también se quedó quieta unos minutos, no quería ganarse otra colleja, pero cuando llevaba lo que le pareció una eternidad, sin recibir ningún grito, empujó su pelvis hacia atrás para zafarse del peso muerto. Sebas cayó entonces sobre sus ochenta kilos de espaldas al suelo, lívido como el mármol.
Se había imaginado tantas veces su muerte, que le entró pánico, primero intentó reanimarlo, no podía abandonarla de esta manera, qué haría sin él, él siempre sabía lo que había que hacer, cómo iba a llamar a la policía, no tenía ni papeles, ni siquiera su pasaporte. Todo eso lo controlaba Sebas. Pero un temor aún mayor se apodera de ella. Tenía que salir de ahí, si los amigos de Sebas volvían, la culparían a ella y... corre a su habitación, se cambia el camisón por unos tejanos, una camiseta y unas bambas y coge la jaula. Da un último vistazo al lago y de repente, le parece reconocer a Iván, ese cliente que siempre llora después de hacerle el amor, atina a ver cómo deja ir flotando en el lago un juguete. Tal vez, él pueda ayudarla.
Objetivos: El mismo lago
Tiempo robado si has leído hasta aquí: Algo más que una zambullida.