La recuperación en el hospital fue lenta, en aquella época todo iba a otro ritmo también los hospitales, pero cada día por la tarde, justo cuando en el aire flotaba de manera embriagadora el olor a tierra mojada, aparecía ella, con su sonrisa pícara y su pelo negro como los cuervos más insolentes, rizado como el mar encrespado, la moda le obligaba a domarlo sin éxito con vaselinas varias, los clips de pelo eran como acentos puntuando las olas en su melena, y así veía divertido cómo se le escapaba a la joven enfermera un mechón de pelo de la trenza y le rozaba las mejillas, mientras le cambiaba el vendaje, notando el calor que emanaba de su centro. Siempre intentaba pedirle antes de que abandonara la habitación, que le pusiera el transistor en esa emisora de tangos, con suerte le pondrían a Gardel, aprovechaba para preguntarle si le gustaba bailar, ella reía aquí francamente sorprendida, y le respondía exclamando un poco entre rubor y vergüenza, que dónde había visto él a un pata de palo bailando, señalando su pierna izquierda, sensiblemente más delgada y oscura que la otra; como más tarde supo, de pequeña había sufrido de polio, e incluso le habían amenazado con que perdería la pierna, en esos tiempos era normal, cortar para sanar. Me hubiera gustado ver la cara hoy en día de esos pediatras metidos a carniceros si les dijera que no sólo no la perdió, sino que la acompañó hasta el final de sus días, y que con ella recorrió no una sino varias veces, tierras lejanas al pronto llamado de la mente sobre la materia, pero esa es otra historia.
Cuando salió del hospital, tardó en volver a verla, lo que tardó en cobrar su primera paga, ahí se presentó decidido con un ramo de flores para invitarla a bailar, ella aceptó y al final de la noche, él le pidió su mano para la eternidad a ritmo de tango, ella bajó la cabeza y le dijo que no podía aceptar que, tenía un hijo pequeño, un niño bastardo, pero hijo de médico renombrado, y que no le quería hacer partícipe de esa carga, eran otros tiempos, otros haceres. Él la acercó hacia sí, asiéndola fuertemente por su todavía estrecha cintura y le dijo, que ese hijo ya lo sentía como suyo. Y así fue como reconoció al niño como propio ante la ley y la sociedad, brindándole su apellido.
Los primeros años vivieron cerca del Valle de la Luna, donde Boquete se perfila a los pies del único volcán activo del istmo, a mucho orgullo, ¡méto, caraAajo! Pocos años después llegó su primogénita, y le llamaron Flor como el ramo que él le dió en su primera cita y Ángel, porque ella era de la opinión que los hijos son ángeles que vienen a redimirle a uno en esta vida terrenal, y quiso Dios que así fuera y lo viviera en sus carnes hasta el último de sus días, ¡ay, Florita! A los diez meses llegó el varoncito, a quien pusieron nombre que invitaba a la mitología, era tan poco la diferencia tanto física como de meses, que todo el mundo se pensaba que eran gemelos, y en verdad que a ellos y no a otros les tocaría luchar hasta el final. Se mudaron a la city, en el pedregal, le construyó con sus propias manos una pintoresca casa de madera de dos pisos que los lugareños pronto bautizaron como el palomar.
Los datos me fallan y la imaginación se me escapa, pero los hechos indican que en los siguientes años algo se enfrió entre la enfermera y el albañil, algo le hizo pensar a ella que podía recuperar al médico renombrado, los deslices son sólo eso, al menos que se materialicen en criatura, eran otros tiempos, y los métodos no eran infalibles, en realidad nunca lo fueron, y así llegó ella, definitivamente ese fue el ángel redentor de mi abuela, no sólo su parentesco con el hijo bastardo era más que evidente, también era portadora del cromosoma 21, siendo a vista de propios y extraños más un ángel, o demonio según el criterio, que flor. Todo y que sin lugar a dudas fue la más dulce de todos sus hijos. El albañil la reconoció como suya ante la ley y la sociedad, brindándole su apellido, eran otros tiempos, otros haceres.
A partir de entonces su relación cambió y no sólo en lo que a distribución del espacio, se refiere, también en el trato entre ellos, ya no importaba que los niños o los vecinos escucharan, se tiraban palabras como puñales y menosprecios como caricias. Dormían en habitaciones separadas, vacaciones separadas, ella viajó en varias ocasiones, congresos de enfermeras en resorts de Miami, reuniones del poder de la menta en Perú, Colombia, Venezuela... pero él nunca cogió un avión en su vida, decía que lo más alto a lo que subiría, aparte del andamio, sería la palmera de coco verde que tenía en el patio de la casa. Ciertamente, así fue.
Receta: Tortas de carne.
Las comidas también las hacían separadas, por eso aquella vez que él saliendo de casa cerca del mediodía, camino del huerto, para recoger alguna yuca, cortar algunos plátanos verdes y tirar marañones para asar luego sus frutos secos, mientras tragaba un agua de coco verde cortado a machetazo limpio y bebido a temperatura ambiente, nada de "bien fría", como la vendían por la calle los vendedores ambulantes con sendos trozos de hielo en el interior de la nevera con ruedas de bicicleta. Le sorprendió que ella le dijera, ahí tienes la comida, señalando una antigua lata de leche, convertida en improvisado tupperware. Sentado mientras veía cómo se asaban y ennegrecían las pepitas de marañón, se dispuso a comer, abrío la lata y vió lo que a simple vista le pareció un apetitoso arroz blanco con carne. Le llevó un par de cucharadas descubrir que la carne no era tal sino cucarachas, grandes y jugosas como todo en el caribe, eran otros tiempos, otros haceres.
Durante años explicó esta anécdota entre risas, tal y como luego me la explicaría a mí esa tarde de verano, llamado así ahí por ser la época seca que va de diciembre a abril, a sus pies sentada sobre mis rodillas escuchando con cara de plato cada una de sus palabras, memorizando sus gestos, para adivinar su sonrisa, él sentado en la mecedora a la sombra del gigante palo de mango de la vecina con enredaderas de flor de papo en su valla; etiquetándola como una de las últimas muestras de cariño que recibió de ella, remarcando su sentido del humor irónico, y cómo al volver a casa esa tarde lo primero que le comentó, no sin cierto disimulado asombro por parte de ella al oír su comentario fue, que lo que más le había gustado eran los trocitos de carne. Ahí decidí que yo de mayor también quería ser irónica, porque sin lugar a dudas eso despertaba la pasión, como la que destilaba él cuando recordaba como había sido ella una vez.
Ese fue el abuelo que conocí, mi abuelo. Quien recordaba el arroz blanco con carne, que le gustaba ver pasar el tiempo desde su mecedora con el torso al aire, un torso siempre fibrado para su edad, quien tuvo retuvo. Un abuelo que tras la muerte de mi abuela hace unos años por cáncer de pulmón, sí, le falló antes el pulmón que la pierna pata de palo, sonrío irónicamente. Un abuelo que durante sus últimos años se convirtió en casanova circunstancial de toda jovencita contratada para cuidarle y asearle, seguramente le recordaban al rol vivido con mi abuela, vuelvo a sonreír. Jovencitas que se cuidaron bien de arrambar todo lo que pudieron, ya se sabe que la familia a distancia es como el novio en el extranjero, no cuenta, se sabe que está ahí pero es sólo un cargo honorífico.
Un abuelo que dejó de ser mío, mucho antes de morir hace apenas un mes, dicen que dejó de beber agua, y decidió convertirse en verano, en época seca. Para convertirse en el "suyo", y así puedo leer en el escueto e-mail en tono afectuoso: "... te envío la última foto que tomé con mi abuelo..." ¿Su abuelo?, en todo caso nuestro... pero eso tampoco él lo comprende, ni siquiera es consciente, ha nacido mucho después y sólo me tiene en cuenta hasta donde mi cargo honorífico llega, que no es mucho. Los tiempos cambian, ahora hay otros haceres. Agradezco la foto, y mientras la miro, le recuerdo meciendo las horas, siento una punzada intensa, acompañada de un dolor agudo en el pecho, pero no me hagan caso, seguramente es una contracción muscular, debido a la falta de un estiramiento adecuado.
Objetivos: Llevo dos gelocatiles, pero la punzada persiste.
Tiempo robado si has leído hasta aquí: Más del que tardas en saborear un arroz blanco con carne, tal vez, incluso vayas por los postres.
Gacela confesó...
Las historias de amor truncadas siempre me traen una manta de melancolía con la que intento arroparme sin conseguirlo demasiado, me dan frío. Porque... bueno, no son TODAS las historias de amor, futuros amores truncados? Yo, si siento punzadas, es esa, la de la certeza y a la vez el miedo de que no haya amores aternos, de que todas (mis) historias acaban antes o después, aunque espero que siempre sea sin cucarachas y con ironía, pero no sarcasmo, que ese se clava un poco.
Lo msimo lo que he leído no era lo que habías escrito... pero eso siempre puede pasar, no?
Un abrazo.
confesó...
Mi estimada Gacela, ¿acaso somos de naturaleza eterna?
Ese debe ser el más grande de nuestros errores, proveer de eternidad todo aquello que poseemos, cuando somos meros mortales. O_o
Debería preocuparnos más el no haber conocido amor alguno, que su duración en el tiempo, ¿no es el concepto tiempo, una invención nuestra?, pero ese es otro defecto que tenemos. u_u
Una franca sonrisa ha iluminado mi cara al leerte: "Lo mismo lo que he leído no era lo que habías escrito... pero eso siempre puede pasar, no?" ^_´
Gracias por comentar y muUuchas gracias por haber reencontrado "aquella alcoba", donde hace algún tiempo, también nos leíamos. Un 10 para tí, de corazón sin punzadas. ñ_ñ
confesó...
Hablando de mí a mis espaldas?
No tengo horas del día ni días de la semana para escribir, pero lo poco que voy escribiendo me gusta. Salvo cuando vengo y te leo, que me dan ganas de prender una pira con mis bobaditas.
Un saludo chicas!
confesó...
Jajajajajajaja... V., lo confieso me has enganchado de marrón. ^_´
Con los cachetes sonrojados como Heidi, (gracias, V.), te digo que llevaba más de un año sin gustarme mis palabras, y más cosas de mí mismamente, y lo que ahora aflora es lo que se está salvando de mi ¿"pira"-pila? de bobaditas, así que no te gastes las cerillas que servidora no para de incinerar.
Oye, oye... si a tí te gustan mis bobaditas y a mí las tuyas... seremos... ¡BOBOLETAS! O_O
ñ_ñ